Por Omar Osorio La humanidad camina sobre una cuerda floja. La deuda global se dispara a niveles históricos, con estimaciones recientes apuntando a 318.4 billones de dólares al cierre de 2024, tras rozar los 315 billones en el primer trimestre, según el Institute of International Finance. El ratio deuda/PIB, que trepó al 336% en 2023 y se ajustó al 328% en 2024 según Reuters, no es solo un número: es una soga al cuello de la estabilidad financiera mundial, una que aprieta más fuerte cada día. Mientras tanto, agotamos el planeta a un ritmo feroz. En 2023, el Día de Sobrecarga de la Tierra llegó el 2 de agosto; en 2024, se adelantó al 1 de agosto, según la Global Footprint Network. Consumimos más de lo que la Tierra puede regenerar, acumulando un déficit ecológico que empuja los ecosistemas al colapso. Y en el corazón de esta tormenta, los océanos —nuestro escudo climático— absorben entre el 25% y el 30% de las emisiones anuales de CO₂, según el IPCC, pero están al límite, golpeados por acidificación y calentamiento. No hay escapatoria: estamos en una crisis triple que exige respuestas inmediatas. Pero hay más. La sedimentación biogénica carbonatada, un proceso donde organismos marinos capturan carbono en el fondo oceánico, podría ser un salvavidas. En condiciones óptimas, este mecanismo secuestra 1.76 gigatoneladas de CO₂ al año, el 44% de las 4 gigatoneladas de carbonato de calcio depositadas anualmente (Carbono Blanco). Sin embargo, el impacto humano lo ha mutilado: en las últimas cinco décadas, su capacidad se ha desplomado a 0.9 gigatoneladas por año. El cambio climático no solo calienta el planeta; desarma sus defensas naturales, dejándonos más vulnerables que nunca. Cada coral que muere, cada organismo calcificador que desaparece, es un paso hacia el abismo. Frente a este panorama, el modelo extractivo que nos trajo aquí —ese que mide el éxito en dólares mientras el planeta se ahoga— está muerto. Seguir por ese camino es firmar nuestra sentencia. Pero hay una salida: un paradigma regenerativo que no solo repare el daño, sino que nos devuelva el equilibrio. Y el océano, lejos de ser una víctima pasiva, es el protagonista subestimado de esta transformación. La economía azul sostenible lo demuestra: conservar ecosistemas marinos, aprovechar energías renovables oceánicas y crear mecanismos financieros como bonos azules y verdes no son utopías, sino realidades respaldadas por el Banco Mundial y la UNESCO. El océano no es solo un sumidero de carbono; es un motor de innovación, un recurso que hemos subutilizado mientras lo dejamos desangrarse. La deuda global nos asfixia, el déficit ecológico nos acorrala y la degradación oceánica nos desarma. Si no cambiamos de rumbo, el colapso no es una posibilidad, es una certeza. Pero en esta crisis late una oportunidad: rediseñar nuestra existencia, priorizando la regeneración sobre la explotación. Los océanos, con su potencial desaprovechado, son la clave. No se trata de ajustes menores; es un llamado a gobiernos, empresas y sociedades para actuar con audacia, uniendo estabilidad financiera y salud planetaria. El reloj corre —el Climate Clock y el Doomsday Clock lo gritan—, pero aún podemos reescribir el final. Este es el momento: no para salvar el planeta, sino para salvarnos a nosotros mismos en él. El autor es Director y Publisher de www.carbonoblanco.org El sistema de eliminación y captura permanente de Carbono inorgánico más eficiente del mundo.
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Marzo 2025
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